CREMA DE AGUACATE Y ESPINACAS ANTIOX

EL RINCÓN DEL GOURMET

Por Luis Yllá

FLOR DE AGUACATE

Aquel verano que ejercimos de jardineros para el profesor e investigador de genética molecular, Perilucas Mangana, terminó en lluvias.   Llovió seguido desde el quince de agosto, una lluvia fina y persistente, hasta comenzar septiembre en que, de pronto, quedó el aire limpio. Los álamos de plata se inclinaban sobre el agua del río como si les hablasen a los peces en susurros. Los insectos punteaban el verde campo iluminándolo de lirismo. Al color, a la luz, a los sonidos llegaba la perfección del equilibrio en la naturaleza.

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Habíamos plantado aguacates modificados y manipulados genéticamente por el profesor. Al cabo de unos años el engendro durmiente dio sus frutos; advertimos que estos no eran piriformes, su cáscara no poseía el color verde o púrpura oscuro, tampoco era su piel rugosa.

Os voy a revelar el misterio; los frutos maduros tomaron la consistencia de cabezas humanas; eran todas calvas , desfiguradas e incompletas.

Algunos sólo tenían ojos que miraban divergentes y expresivos, otros desarrollaron grandes orejas que abanicaban toda la planta, unos cuantos respiraban succionando el aire fuertemente por una nariz minúscula que les brotaba como yemas y, los más bulliciosos vertían palabras sin tino a través de una abertura desdentada portando una protolengua enroscada en jugos viscosos.

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El profesor Perilucas Mangana estaba entusiasmado con su experimento, pero a nosotros nos pareció que la naturaleza había dejado de ser lírica y bucólica. Nos produjo una gran desazón oir decir al insigne investigador que su propio ADN estaba unido al genoma de las células del aguacate. Estaba realmente loco.

Para colmo la vida de aquellos frutos engendrados era muy corta, se caían relativamente pronto del árbol y se ahogaban, como cuando se corta el cordón umbilical al niño recién nacido que le une a su madre y este no consigue respirar feneciendo por asfixia.

El profesor nos mandó inmediatamente cultivar una de aquellas cabezas humanas desprendidas en cuyo interior no había una semilla dura , ya que esta se había gelatinizado , pero todos sus aminoácidos básicos para la reproducción se encontraban dispersos por una especie de cerebro diminuto formando grumos blancos como redes de camelias en círculos concéntricos.

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Al llegar la primavera brotó del terreno plantado un cuerpo verde, tembloroso, semejando primero un tallo ovalado, después adquirió rasgos humanos , mostrandóse con nitidez los respectivos pies, las piernas, el abdomen , los brazos junto al torax  y, la cabeza completa con su cabellera  incluida. Esta nueva eclosión de vida nos produjo confusión y asombro. La figura verde se movió y comenzó a andar como por encantamiento y se contorsionaba al ritmo de los sonidos que escuchaba alrededor. Empecé a silbar:  “Qué será, será whatever will be, will be…” y me pareció que incluso sonreía y que le gustaba escuchar la melodía.

Emocionado hasta lo más hondo de su corazón Perilucas Mangana se llevó a la figura a su casa atendiendo  todas sus necesidades. Lo lavaba, lo vestía, le enseñaba las facetas básicas de la vida y la mayor parte del dia hablaban apasionadamente de cualquier tema.

Sin embargo, la figura crecía y crecía cada año y ya no entraba en la casa. El profesor barruntaba que la figura verde llegaría a medir la altura de un árbol de aguacate, cerca de los veinte metros. Dormía en el jardín, de pie, pegado a la ventana de la habitación del profesor.

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Una mañana en que los primeros rayos del sol iluminaban al gigante verde Perilucas pudo observar que éste estaba cubierto de inflorescencias. Nos llamó muy exaltado para que acudiéramos enseguida a su casa , al verlo nos quedamos turbios y confusos; aquello podía ser el camino de luz que va al cielo o el sendero que conduce al infierno.   ¿Qué podía brotar de aquella figura?, ¿qué susto o maravilla nos depararía? Perilucas Mangana llevaba las madejas de sus ilusiones reflejadas en su fulgurante mirada.

Al cabo de unas semanas contemplamos el resultado de tan angustiosa espera; La figura verde estaba cubierta de cientos de bebés humanos de color blanco y rubitos como el sol adheridos a su piel por largos peciolos; todos los neonatos lloraban incansablemente y se parecían al profesor Periculas Mangana. Hizo falta llamar a biólogos, veterinarios y médicos de todas las especialidades porque no estaba claro en quién recaía la responsabilidad de ayudar a alumbrarlos definitivamente.

Los que sufrimos pasiones gigantes y callamos, sobre la obscura tierra brota siempre una alborada.

Alumno confeso del profesor Perilucas Mangana.