ENSALADA DE TOMATES CON COMINOS Y ACEITE DE OLIVA

EL RINCÓN DEL GOURMET

Por Luis Yllá

LA CONCHA

En la frontera de lo terrenal y lo etéreo, en esa porción del territorio nacional, que bajo el nombre de Isla de la Toja; en medio de un arrebolado atardecer que forma, prolongándose de norte a sur la industria del turismo más pudiente, se eleva, destacado un grandioso hotel, célebre por sus sales marina y sobre todo, por su cliente más asiduo y cultivado; el doctor en lenguas clásicas don Hipólito Androlla.

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El doctor Androlla tiene el cuerpo de una concha, sus piernas diminutas pasan desapercibidas, y la cabeza podría semejarse a una rodaja de tomate salpicada de cominos. Podría estar enfermo; desde hace mucho tiempo tiene una perla de grandísimas proporciones incrustada en algún recodo de su intestino delgado, la cual aumenta de tamaño cada año que pasa. Es un hecho insólito pues él mismo la fabrica sustrayendo de su organismo carbonato cálcico y depositándolo capa a capa sobre la perla. Se calcula que esta pesa más de medio kilo y que su valor en el mercado es incalculable.

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Está alojado en la habitación 330 y por primera vez en veinte años ha decidido salir del recinto del hotel para bañarse en el mar. Lo ha hecho con sigilo y discreción, envuelto en amplios ropajes y calado con un  sombrero Panamá ,  pero al abandonar el vestíbulo  el jardinero lo ha reconocido cuando traspasaba el umbral de la puerta principal.  Sus andares torpes y la silueta deslucida lo delataron.

Caminó presuroso hacia la playa ; allí su fealdad era relativa , aunque  sus formas ovaladas y achaparradas sí trascendieron entre los bañistas. No quería volver al hotel y pronto empezó a escuchar el sonido de la noche; el leve romper de las breves olas en la orilla, alguna remota voz humana y de ladridos de perros, el rumor de la brisa; y así se pasó el tiempo, sondeando la noche. En el hotel estaban preocupados, al día siguiente el doctor Androlla no estaba en su habitación 330. Fueron inmediatamente a buscarlo por la isla y lo notificaron a la policía.

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Trascurrido un tiempo de infructuosa búsqueda le dieron por desaparecido; los trabajadores del hotel que lo conocían y lo saludaban todos los días estaban horrorizados, la mayoría pensó que se había hundido con la rápida corriente de resaca.

Frente al hotel, el mar ondulaba sus crestas formando pintorescos bucles y, un cliente vestido con su albornoz elegante vio desde el jardín de la piscina un objeto inmenso que sobresalía del agua marina. Era una concha de dimensiones gigantes; tenía sus valvas abiertas y dentro de ellas titilaba y brillaba trémula  una esfera nacarada.

Al acercarse el servicio de costas con sus patrullas, y junto con los biólogos más reputados confirmaron que la concha era real y que en su interior había una perla como un puño de grande. Flotando cerca de la concha, los que pensaban que era una boya roja estaban confusos , no era otra cosa que una inmensa rodaja de tomate hinchada salpicada de comino.

En la habitación 330 han encontrado una inscripción hecha con un buril sobre el mármol del baño que dice: “Ego clam margaritica”. (1)

(1) Yo soy una concha perlada.

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